sábado, 1 de mayo de 2010

REFLEXIONES del Padre Nicolás Schwizer

El matrimonio es una vocación

Las páginas más hermosas de la Biblia son las que relatan los distintos llamados de Dios (Éxodo 3, Isaías 6, Jeremías 1, entre otros). “Yo te he llamado por tu nombre”, le dice a Isaías.
Así también fue Dios el que despertó el amor entre los matrimonios. Fue Jesucristo que como a sus apóstoles les decía “Ven y sígueme”, así también los matrimonios fueron llamados a seguirle. La diferencia que fueron llamados de a dos.

Todo llamado implica que Dios es el que elige y destina una tarea determinada en beneficio de otros. Dios los ha llamado a ser imagen del Amor de Cristo a los hombres, a ser el canal por el cual ese amor llegue al cónyuge, a los hijos y al mundo entero. Desde siempre Él los pensó unidos (Jer 1, 5). Como miembros de una parroquia, de un movimiento, se hace aún más clara esta elección y nuestra vocación apostólica. Él nos necesita para salvar a las familias y colaborar en la construcción del Reino de Dios.

Todo llamado es gratuito. No por mérito propio. Dios elige a los pequeños para grandes tareas. Así también somos concientes de nuestra pequeñez y nuestras limitaciones para que nuestro amor conyugal sea reflejo del amor de Cristo hacia su Iglesia.

También vemos nuestras limitaciones en la tarea de educar y conducir, como sacerdotes, a nuestros hijos hacia Dios. “Yo te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a los pequeños” (Mt. 11,25).

En todo llamado hay un encuentro personal con aquel que llama (Jn 1,35-51). Quizás en el momento de nuestro casamiento no sabíamos de este llamado ni conocíamos a aquel que nos llamaba. Solamente veíamos al cónyuge. “Venid y lo veréis” (Jn 1,39). Quizás con el pasar de los años hemos descubierto con más profundidad a Cristo o intuimos la inmensidad del amor de Dios en nuestras vidas.

A todo llamado hay una respuesta sin perder tiempo… (Mt. 21,22), ya no hay excusas; de repente no coincide con nuestros planes (Mt 19,16-26 el joven rico). Todo llamado implica una respuesta radical incondicional.

Donde está la elección está también la gracia. Todo llamado trae consigo una promesa. La condición para la realización de la promesa es la fidelidad en las pruebas y dificultades. Escuchamos al ángel en la anunciación: “No temas María porque has hallado gracia delante de Dios…”. Lo que pasa que muchas veces no confiamos y no solicitamos esa gracia sacramental de nuestro matrimonio.

El matrimonio es un llamado a la santidad de a dos. “Ven y sígueme”. La Iglesia en su mentalidad aún no ha cambiado su concepción de la vida conyugal como camino a la santidad. El Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, lucha contra esta mentalidad y nos invita a desarrollar una espiritualidad laical en el camino a la santidad en donde la vida conyugal, la sexualidad, el trabajo, la educación de los hijos tengan un lugar particular. El matrimonio es una “escuela superior de amor” y se debería dar como una sana competencia entre consagrados y casados de quien llega antes a la santidad y a la plenitud del amor. Todo en el matrimonio puede ser camino a la santidad.

Por otro lado, todo amor humano en algún momento nos desilusiona para transformarse en un trampolín que nos lleve a encontrar un cobijamiento más profundo en Dios. Para eso Dios pone las dificultades en nuestro matrimonio, para educarnos en el amor. Hay mucho por pulir y mucho del que desprenderse.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Qué me dice a mí este texto?
2. ¿Pensé alguna vez en la santidad de a dos?
3. ¿Cuál es el valor y sentido de las desilusiones?

No hay comentarios:

Publicar un comentario